Desde muy joven mostró gran talento musical. Pronto ingresó en la Academia de música Franz Liszt de Budapest, en donde tuvo como profesores a Béla Bartók, Zoltán Kodály, Ernst von Dohnányi y Leo Weiner. Tuvo una meteórica carrera debutando a los quince años como director en la Ópera de Szeged. Poco despué, en 1933, reemplazó a su padre al frente de la orquesta militar de la ciudad. Con motivo de la Segunda Guerra Mundial tuvo que huir a Budapest, en donde organizó conciertos en el sótano de la Ópera durante los combates, hasta el año 1944.
Al terminar la guerra, abandonó Hungría, instalándose en Salzburgo, Austria, en donde tuvo la oportunidad fortuita de poder reemplazar a Otto Klemperer en la ópera La Mort de Danton de Frank Martin, el año 1947.
En 1948 debutó en Berlín, dirigiendo la ópera Don Carlos de Verdi. En 1949 inició una relación muy fructifera como primer director musical principal de la Orquesta de la RIAS de Berlín (la orquesta de la rádio del sector americano de Berlín), con la que colaboró estrechamente durante toda su vida.
Durante los años cincuenta dividió su tiempo entre Berlín -en donde también dirigió la orquesta de la Deutsche Oper y la Filarmónica de Berlín-, Munich -al frente de la orquesta de la Orquesta de la Ópera Estatal de Baviera- y Viena dirigiendo un ámplio repertorio, destacando su pasíon por las óperas de Mozart y Verdi. En 1954 fue nombrado director musical de la Orquesta Sinfónica de Houston. A partir de 1958 la enfermedad le obligó a disminuir el ritmo de trabajo, por lo que se concentró en su trabajo al frente de "su orquesta", la Orquesta de la Radio de Berlín (RIAS), de la que resultaron muy numerosas e interesantes grabaciones discográficas que contribuyeron a aumentar significativamente el catálogo de la Deutsche Grammophon. En noviembre de 1961, tres meses después de la construcción del Muro de Berlín, dio su último concierto en Londres con la Orquesta Filarmónica de Londres en el que dirigió la Séptima Sinfonía de Beethoven; poco después cayó enfermo de cáncer, falleciendo en Basilea, el 20 de febrero de 1963, a la edad de 48 años
Repertorio
Su amplio repertorio incluye desde sinfonías de Haydn a la música contemporánea de su época: Igor Stravinski, Frank Martin, Karl Amadeus Hartmann… No obstante sus dos compositores preferidos eran sin duda Mozart y Béla Bartók, sobre los que además de dejar grabaciones de referencia, escribió un libro, Über Mozart und Bartok (1962) (Sobre Mozart y Bartók, en aleman). Además sobresalió con sus grabaciones de repertorio de compositoires de Europa oriental como Antonín Dvořák, Liszt y desde luego Zoltán Kodály.
Las grabaciones de Fricsay son muy reconocidas por los aficionados a la música clásica. Anecdóticamente, puede destacarse que los extractos de la Novena Sinfonía de Beethoven incluidos en la banda sonora de la película La naranja mecánica del director de cine norteamericano Stanley Kubrick, gran melómano, corresponden a una grabación de Fricsay.
Como músico excepcional que fue, Fricsay tuvo siempre un extremo cuidado por los más mínimos detalles, ya fuera en la ejecución de partituras de ópera como en música sinfónica. Sus grabaciones reflejan una gran precisión, particularmente sus grabaciones de obras de Mozart, Beethoven y Bartók (por ejemplo, en sus conciertos para piano con Géza Anda o en el Concierto para orquesta).
Para sus grabaciones de obras vocales, prefería rodearse de un equipo de cantantes fieles, que presentaban como características comunes una perfecta técnica vocal y un grado elevado de delicadeza expresiva, a veces en detrimento de un mayor volumen o potencia de emisión. Entre estos cantantes estuvieron Ernst Haefliger, Maria Stader, Dietrich Fischer-Dieskau y Irmgard Seefried. Colaboró también con preferencia con destacados instrumentistas como Johanna Martzy, Yehudi Menuhin, Annie Fischer o Monique Haas.
Ferenc Fricsay
¿Me quieres? ¡Quiéreme mucho!”- A esta pregunta combinada con una imprecación que casi rebela súplica, la gran archiduquesa Maria Antonieta, futura reina de Francia, responde:- “¡No!”-. Esta contestación en broma basta para que el pequeño Mozart rompa a llorar con un desconsuelo inusitado, tiñendo de una aleve dulzura infantil toda su existencia.
El genio de Salzburgo tuvo la desgracia de ser la esencia musical, a una edad en la que a uno nadie le toma demasiado en serio. Mostrado como un ser extraño, en espectáculos casi circenses, el joven Mozart sólo cree servir para defraudar expectativas. Una infancia melancólica de sí misma, por fugaz y prematuramente usurpada, es suficiente para teñir de hastío toda una vida.
El reducido círculo católico de Salzburgo encabezado por el arzobispo Colloredo, fue la causa de la incesante búsqueda hacia un dogma de fraternidad que no pudo encontrar en la estructura eclesial, basada más en intereses políticos que en un auténtico postulado de amor fraterno.
La masonería se ubicaba en el siglo XVIII, en un terreno de nadie, que preconizaba los albores de una ilustración incipiente, foro de grandes intelectuales deseosos de desprenderse de una superchería inculta, anclada en el viejo orden.
De los orígenes masónicos mucho se ha escrito. Tradicionalmente entendida la masonería como grupo autárquico surgido en el medievo, como establecimiento de un código secreto entre los constructores de catedrales ( Maçon- albañil), deben en cambio señalarse sus orígenes en la construcción del templo de Salomón , y aun en las tradiciones simbólicas del mundo copto en Egipto y viejos asentamientos de nasoreanos alrededor de la “ media luna fértil”.
De la construcción del templo de Salomón por Hiram Abif y de su muerte por los tres Jubelos, surge la moderna tradición masónica. Cuando Hiram estaba construyendo el templo de Salomón, adjudicó una serie de signos a todos los operarios. Tres compañeros decidieron obtener de Hiram las contraseñas para conseguir a su vez el salario de Gran maestro, asestándole golpes que provocaron su muerte; con una maza, una escuadra y un compás, símbolos de masonería que representan al hombre como medida de todas las cosas.
Constituida la masonería como centro del pensamiento de un- novus ordo seclorum- (nuevo orden para el siglo, si observan el reverso de un dólar verán esta leyenda junto con todo un universo de símbolos masónicos; en el anverso la estampa de Washington, Gran maestro masón y cimiento de un estado inicialmente fundado sobre presupuestos masónicos), se instaura en las conciencias de ilustrados intelectuales , que ven en las premisas de fraternidad y ayuda mutua un foro para sus aspiraciones intelectivas.
En este orden de cosas el 14 de Diciembre de 1784 ingresa el genio de Salzburgo con el grado de Aprendiz, en la Logia Zur Wohltätigkeit (de la Beneficencia) de Viena. Fue introducido por el Barón Otto Von Gemminger Hombag. Mozart le había conocido tiempo atrás en la muy musical ciudad de Mannheim.
Encuentra Mozart, según sus palabras, que constan en la numerosísima correspondencia que aún se conserva, un remanso de paz y de libertad que jamás había experimentado. Las Tenidas (reuniones masónicas) eran para él un lugar de opinión libre y de encuentro con sus hermanos de Logia a los que apreciaba sobremanera. Tal fue su entusiasmo por la logia, que en muy poco tiempo llegó a ser Maestro, entonces el penúltimo grado hasta Gran maestro. Ese entusiasmo fue inoculado en su padre Leopoldo, que ingresaría más tarde en la Logia, y en el músico Joseph Haydn, quien fue introducido personalmente por Mozart, si bien éste no estuvo presente en la iniciación de su compañero, pues se encontraba en la Mehlgrabe de Viena estrenando su concierto para piano K466.
Hay en la masonería una gran implicación con la música, entendida como una de las siete artes que proporcionan el equilibrio. En la jerarquía masónica, el aprendiz estudia la música, el compañero la interpreta y el maestro la idealiza cómo axioma imperecedero, esto es: deriva de ella un valor universal valedero para todo hombre en todo tiempo.
Son muchas y variadas las obras que Mozart compuso para su Logia:
Pequeña Cantata masónica KV623; Lied KV623a; Thamos KV 345; Oda Fúnebre Masónica KV477 y la excelsa Música para un funeral Masónico KV 479. Esta ultima obra maestra de apenas ocho minutos en la que el genio de Mozart aflora sin cortapisas utilizando para “difuminar” el sonido la técnica del “Tritono” que más tarde utilizaría en el Réquiem.
Estudio separado merece sin duda “ La flauta mágica”, observada inicialmente como ópera “pseudobufa”, de entretenimiento para el vulgo de los arrabales de Viena, es toda una cosmografía de símbolos masónicos, que no pasan desapercibidos a los avezados en esta iconografía. Parece que algunos de los miembros de su logia criticaron a Mozart haber puesto en peligro secretos, hasta entonces bien guardados.
Es pues la masonería un refugio para el guerrero, harto de luchar en cortes palaciegas para obtener un reconocimiento, que en ocasiones se le negaba, por un humano afán de destrucción de lo hermoso. Da la sensación, de que contradiciendo el imperativo categórico de Kant, Mozart fue siempre utilizado por sus contemporáneos como un medio y nunca como un fin en sí mismo.
En su postrero encargo del sublime Réquiem, Mozart hace un alto en su camino más místico, para componer el “Elogio a la amistad” K 623 dedicado a su logia, dejando este mundo para alcanzar la gloria más merecida pasados 55 minutos del 5 de Diciembre de 1791.
Creo que no debe quedarnos el consuelo de creer que Mozart vivió en un tiempo equivocado, hoy nada habría sido distinto.
¿ Acaso no oyen, entre las notas de cualquiera de sus obras, su tierna súplica?..
-“¿ Me quieres? ¡Quiéreme mucho!”...